Reseñas
SIEMPRE ES DE NOCHE EN PYONGYANG, DE MONTSE ORDOÑEZ
Autora: Montse Ordoñez
Título del libro de poemas: Siempre es de noche en Pyongyang
Referencia bibliográfica: Ed. Huso (Madrid, 2020)
No hay lugares geográficos en la poesía, si se los nombra es para pedir que traigan su canto. El verso guarda el rumor del gesto de las palabras cuyo cuerpo dibujan los poemas. La mujer que escribe, la mujer que lee lo que la poeta ha escrito viaja guiada por ese rumor que las palabras poéticas llevan y convocan. Su canto dirige el movimiento de un viaje hasta nuestro propio latido. Ese es el lugar. La poeta llamó al canto, el canto llega. Y hay poesía, entonces, si la respiración de la lectura acaba siendo página, palabra, verso.
Montse Ordoñez entrega Siempre es de noche en Pyongyang y "la misericordia cabe en un vaso de agua". Entonces, llegan los sentimientos de quienes tienen o han tenido un nombre en la historia que nadie escribirá, pero el poema recoge: "tu sonrisa es un país en guerra", "estoy en ese momento de la vida / en el que alquilo el horizonte". Y Pyongyang, ciudad que representaría la asfixiante eternidad de la incertidumbre y las ausencias, puede seguir soñando porque los poemas ejercen de pequeña luciérnaga encendida para no caernos al suelo definitivamente.
Pyongyang es, pues, el trazo apresurado de una lágrima abandonada en las mil y una horas del metro metafísico del corazón, el que nos lleva y nos trae en trayectos de los que somos pasajeras que no han elegido. Pyongyang se transforma, reflejado en los versos de Montse Ordoñez, en el espejo de nuestras propias almas, sin distancia, sin necesidad de compartir acontecimiento, sin que estemos hablando de mera empatía o de mera identificación. Es otra cosa, compartirlo requiere otra lengua, la de esa ancestral necesidad humana de tomar, entre los dedos, la línea del camino.
Ante las preguntas apresuradas que buscan certezas, datos objetivos que calmen nuestra inquietud de seres vulnerables, brota la poesía. Porque quién no ha sentido que está llorando "en la orilla de un mar depositando / la tristeza en las olas vencidas por la sal". Quién no teme que se le note en la cara la impotencia ante la vejez de las personas que amamos, las que dan cuenta de nuestra propia biografía, a las que no podemos, hace demasiados años, confiarles nuestra soledad. Esa persona que responde en el espejo cuando pasamos sin intención, que trae recuerdos de momentos que ya hemos olvidado y que son tan ajenos, ahora, como pudiera serlo la ciudad de Corea del Norte que da título a este libro.
Los versos de Siempre es de noche en Pyongyang resuenan en la cueva del alma, recorren las paredes y van dejando sus huellas en palabras talismán como "padre". Montse Ordoñez la dice en el silencio de un poema:
"Ahora ya no hablamos / todo está dicho / tan solo nos sentamos a mirar/ cómo caen las hojas de ese árbol que te acompaña / dibujamos con los ojos el recorrido de las ramas / y cuando el frío acaricia tus manos / las cubro con las mías / me miras y asientes/ esa es tu manera de darme las gracias / de decirme que me quieres / de arropar el desgarro que provoca / ver el declive de un hombre bueno".
Y por si Pyongyang, donde siempre es, simbólicamente, de noche oscureciera las páginas, el poema se lanza al mar: "Este no es un poema triste / ni de amor ni de esperanza/ es / tan solo un lugar".
Y acabo copiando estos versos:
"Un día cualquiera / decidí hacer / un ajuste de cuentas / con mis miedos / comencé a escribir / traté de curarme / de algo que no sé qué es / pero sé que tengo".
Leer poemas es hablar sola, en voz alta, creando islas en la memoria propia que, para perplejidad de la razón solitaria y soberbia, son anticipos, premoniciones, certezas de un extraño oráculo. Leer poemas es habitar el tiempo sin tiempo que las palabras portan. Hay una poeta aguardando la lectura de sus versos, se llama Montse Ordoñez. Es un libro hermoso, huele a sal marina y a calles mojadas con la lluvia. El lugar que intentábamos, en vano, señalar al comienzo de esta especie de respuesta no pedida, porque los poemas se dan sin aguardar nada. Como el amor.
(Incluso en un año que se llevó la historia, Huso Editorial siguió en vela, sería poco generoso no mencionarlo).
Marifé Santiago Bolaños
La orilla de los nadie
DESDE LA ORILLA
En estos tiempos de ecosistemas digitales, cuajados de individualismo y asepsia cultural, Montse Ordóñez (Barcelona, 1974) mantiene un continuo laboreo intelectual. Impulsa el quehacer de artistas plásticos cubanos, fomenta enlaces entre estrategias creadoras como fotografía y expresión literaria, coordina talleres y sellos editoriales como Ediciones Cumbres, y apoya algunos proyectos escénicos. Un activismo que no anula su vocación poética, adelantada en publicaciones de estados Unidos, Chile y España, que ahora deja en las librerías el poemario La orilla de nadie. La colección de poemas se presenta con cubierta del fotógrafo David Pujadó y contiene un contundente paratexto prologal en citas de Lou Andreas Salomé, Thomas Bernhard y Chantal Maillard; son sensibilidades literarias que optan por la singularidad frente al gregarismo y por enfocar la realidad con un incisivo sentido crítico. El título La orilla de los nadie concede sitio a los que recorren las transitadas aceras de la inexistencia. Abre una lógica enunciativa donde se insertan todos los apartados del poemario, que comparten en su denominación despojamiento formal y un significado de ambiente o localización. El primero, "Orilla" sale a descubierta con un texto en prosa que glosa la intemperie. Estar es permanecer abocado a un temporalismo finito; las identidades se diluyen para hacerse, primero, memoria y evocación y, después, disolución y olvido. El poema homónimo, "La orilla de los nadie" puede servir como clave argumental de la sensibilidad que impulsa las composiciones. El trayecto vivencial es un devenir de ciclos crepusculares. Su cumplimiento deja en la retina un espesor de miedos y derrumbes. Este estar erosivo infecta también la epidermis de los sentimientos. Las presencias cercanas que un día fueron cobijo y ternura se hacen un día senectud e intemperie. Así se va encogiendo el ánimo para dibujar sobre las cosas un velo de grisura. En esta cronología agónica, ¿es todavía posible la esperanza? En el poema "Balada triste de poeta", del apartado "Margen" deja en la estela de los días unos hilos de luz: "…No todo está perdido, queda el movimiento de las hojas de los árboles, un atisbo de locura y algún verso de poeta". Tomar conciencia de la desolación humaniza al sujeto poético, le hace más cercano, como acerca al lector la existencia de una voz intimista y cordial, que rechaza el hermetismo o la senda experimental, para dejar en los versos un aporte testimonial de lo vivido, aunque ese vivir tenga a veces la sensación de habitar un tiempo extraño, e impulsado por sensaciones que hieren la piel. Desde ese horizonte sin brújula que crea en el caminante la sensación de deriva, la palabra se convierte en enunciado del desconcierto, hace inventario de un estar laboral que va minando sueños y que va consumiendo el propio territorio personal hasta ocupar los límites. Respirar se hace entonces una metáfora de la negación, esa meta última del confín. La vida oferta una pluralidad de miradores, es una encrucijada de caminos y hay que optar por una única travesía: la que conduce al equilibrio, la que encalla en la orilla un territorio personal saturado de signos que nunca renuncia a la amanecida de mañana.
José Luis Morante